Dos días en Bolzano, una urbe tan mediterránea como tirolesa

Enclavada en los Dolomitas, Bozen nos regala 48 horas llenas de buena comida y vistas de ensueño

A Bolzano llegamos –mi hermano y yo– en busca de Ilaria, una amiga suya que vive allí; de hecho todo este roadtrip –en el que además visitamos Innsbruck, el Lago di Garda, Verona, Parma y Bolonia– surgió de un deseo suyo de reencontrarse con ella. Aunque también elegimos ir a Bozen (como también le llaman) para ver con nuestros propios ojos cómo esta ciudad italiana mezcla con éxito dos culturas.

Ubicada en el extremo norte de Italia, la provincia de Bolzano es uno de los reductos de la cultura tirolesa; una amalgama de lenguas (alemán, italiano y ladino), de tradiciones culinarias y de arquitectura. Donde se encuentran los Alpes meridionales y las imponentes Dolomitas, descansa una región en la que tres civilizaciones que se conjugan armoniosamente.

Bolzano capital, por su parte es más dada a Italia, aunque conservando el espíritu germano en muchas cuestiones. Está enclavada entre montañas y rodeada de viñedos –se hizo famosa en la época carolingia por sus vinos–, por lo que regala imponentes panorámicas.

Panorámica de Bolzano ©Ana María Pareja

Día 1. Callejuelas y paisajes

Antes de dar un paseo en busca de esas maravillosas vistas, Ila –tras las presentaciones y los abrazos genuinos– decidió llevarnos a Hopfen & Co. Un coqueto pub en el que calmar la sed con una cerveza Bozner elaborada allí mismo y descubrir delicias como los canederli (pasta de pan con speck, quesos, o espinacas) o un buen plato de spätzle (ñoquis con manteca de cerdo y speck), regado con vino local, por supuesto.

Un brindis, varias fotos y un típico strudel de manzana después, emprendimos el ascenso hacia una de las montañas, a través del Paseo de San Osvaldo. Un camino sinuoso cuya recompensa es una espectacular panorámica dominada por viñedos, montañas más altas a las que subir en alguno de sus teleféricos y todo el casco antiguo a nuestros pies.

Esta urbe –fundada en la Edad Media– es pequeña en tamaño pero cosmopolita y refinada. Sus calles estrechas y adoquinadas se prestan para recorrerlas a pie; la Via dei Portici, con sus bellos pórticos, es una de las más concurridas. Al final, desemboca en la siempre bulliciosa Piazza delle Erbe, donde se celebra (de lunes a viernes) el famoso y colorido mercado de frutas y verduras.

Por ella pasamos tras volver de nuestro paseo por las nubes, y nos dejamos embobar por esos edificios de colores pastel que combinan estilos arquitectónicos y que tras sus soportales albergan las mejores tiendas de la ciudad. Unas compras después llegó la hora de la cena; un pizza, por favor, le dije a Ila, quien no dudó en llevarnos a Walther’s.

Via dei Portici ©Ana María Pareja

Situado en la preciosa y céntrica Piazza Walther, rodeada de elegantes edificios y presidida por la figura central del poeta que la da nombre, el restaurante homónimo es experto en cocina italiana. Las pizzas, los postres y los cócteles son sus especialidades.

Día 2. Hasta sus castillos

El día dos en Bolzano inició con un café corto y una napolitana de chocolate; había que coger fuerzas para seguir explorando esta ciudad vivaz y elegante, moderna e histórica al mismo tiempo.

Una urbe que sorprende con lugares como el Museo de Arqueología del Tirol del Sur, que custodia a Ötzi, que no es otra cosa que la momia humana natural más antigua de Europa, con más de 5.200 años de antigüedad; o con el teleférico más antiguo del mundo para el transporte de personas –el Funivia del Colle–, fundado en 1908.

Callejeando desde el otro lado del río Talvera –donde se encuentra la parte moderna de la ciudad– llegamos de vuelta a la plaza Walther, en la que no pasa desapercibido el precioso campanario de 65 metros de altura de la Catedral de Bolzano. Más conocida como Doumo, de ella también destaca su portal románico con dos leones en piedra apostados a cada lado y su llamativo tejado de colores.

Catedral de Bolzano ©Ana María Pareja

Antes de partir hacia uno de los diversos castillos que ostenta la provincia de Bolzano, decidimos darnos un capricho en el Café Monika; sus tartas están para morirse. Luego, con las energías a tope cogimos el coche y, tras uno 5 kilómetros, llegamos al Castillo de Roncolo (Runkelstein) que, por ser temporada invernal, estaba cerrado.

Eso sí, lo vimos por fuera y nos preguntamos cómo edificación tan antiguas pueden seguir manteniéndose en pie. Construido en el siglo XIII sobre una roca, es llamado el «Castillo ilustrado» por la cantidad de frescos que tiene en su interior; habrá que volver para verlos.

De vuelta en el casco antiguo de la ciudad, nos queda callejear un poco más, empaparnos de ese animado y fascinante aire cosmopolita, tomar unos vinos en La Gatta Matta y luego cenar en el típico Forsterbräu Central. Un gulasch acompañado de canederli relleno de speck, para acabar bien la etapa más emocionante de este roadtrip Italo-austriaco.

Bolzano me sorprendió. Es alegre y a la vez nostálgica; elegante y sofisticada, pero marchosa y entregada a la buena cocina. Una urbe que vale la pena visitar.

3 comentarios en “Dos días en Bolzano, una urbe tan mediterránea como tirolesa”

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