No hacen falta Romeo y Julieta para enamorarse de esta urbe italiana. ¿Qué hacer en Verona para caer rendido a sus pies? Aquí van seis planes irresistibles
La pregunta de qué hacer en Verona se responde con facilidad en una urbe que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, gracias a sus edificios históricos. Situada a medio camino entre Milán y Venecia, Verona presume de un magnífico casco histórico plagado de guiños a diferentes períodos.
Aunque es una oda al romanticismo y la historia de Romeo y Julieta es uno de sus principales atractivos, no es el único. Por ejemplo, descubrir uno a uno esos grandes monumentos que ha dejado la historia o ir en busca del mejor Aperol Spritz. Además, de ver el atardecer desde lo alto una colina y recorrer la apacible orilla del río Adigio.
Verona es encantadora, tranquila, imaginativa, seductora y, sí, romántica. Enamorarse de ella es muy fácil. He aquí seis planes para caer rendido a sus pies.
Ir a un concierto en la Arena di Verona
Similar –aunque no en tamaño– al Coliseo Romano, este anfiteatro situado en la emblemática plaza del Bra, es uno de los iconos de la ciudad. Construido en el año 30 d.C es una de las estructuras de su estilo mejor conservadas del planeta.

En la antigüedad, 30.000 espectadores tenían el privilegio de presenciar espectáculos de gladiadores y lucha con bestias salvajes; hoy en día conciertos, principalmente de ópera. Pues, desde 1913, se confirmó mundialmente como escenario de la música lírica, gracias a su magnífica acústica.
Cada verano tiene lugar el Festival de Verona en el que la arena se viste de ópera. El resto del año hay conciertos de toda clase; desde Tiziano Ferro o Laura Pausini hasta Paul McCartney o Adele han pasado por ella.
Descubrir su historia
Verona es una muestra inverosímil de períodos artísticos y monumentos históricos. Además de la Arena, de la época romana conserva la Puerta Borsari, antiguo acceso a la ciudad, el mágico Puente de Piedra, uno de los tantos que cruza el río Adigio o la Piazza delle Erbe, donde antiguamente se situaba el foro romano y hoy un animado mercado.
El gótico, el barroco, el románico, todos se integran de forma armoniosa en el compacto casco antiguo de Verona. Hay que entrar a la ciudad por la puerta della Brà, una de las principales de la muralla medieval. También, remolonear en su plaza homónima, la más grande de la ciudad o subir los 84 metros (en ascensor) de la torre de Lamberti, construida también en la Edad Media.

Si Venecia es conocida por sus canales, Verona lo es por sus puentes; el más monumental es el Scaligero, más conocido como puente de Castelvecchio. A su lado, descansa la fortaleza del mismo nombre, perteneciente a la dinastía Scaliger, que gobernó Verona durante la Edad Media. En 1923 dejó de cumplir su función militar y desde ese entonces alberga el Museo Civico d’Arte.
Visitar sus iglesias monumentales
Además de grandes edificios históricos, una de las cosas que hacer en Verona es admirar sus templos católicos. Existe una entrada combinada con la que pueden visitarse los cuatro más importantes.
La Cattedrale di Santa Maria Matricolare, más conocida como Duomo de Verona es pura armonía gótica y románica. De su interior vale la pena el retablo de Tiziano con la imagen de la Asunción. La también gótica, Santa Anastasia es la iglesia más grande de la ciudad, construida entre los siglos XIV y XV por orden de los dominicos.
La Basílica de San Fermo Maggiore, formada por dos edificios superpuestos, está también dentro de este ramillete, además de la iglesia de San Zeno. Algo alejada del casco urbano, es una joya del románico en cuya cripta, Shakespeare situó la boda de Romeo y Julieta.
Subir hasta el Castillo de San Pedro
Los atardeceres son míticos en muchas partes del mundo; en España he visto unos espectaculares desde los campos de lavanda de Brihuega o desde el mirador de San Nicolás en Granada. El atardecer desde la colina de San Pietro seguro saldrá en todas las guías sobre qué hacer en Verona; porque es sublime.

Aunque hay un teleférico que sube hasta allí, vale la pena subir por sus escaleras, que colindan con bellos palacios renacentistas convertidos en residencias privadas. Una vez arriba, la panorámica de la ciudad nos deja sin palabras.
Este sea quizás el momento más romántico del viaje a Verona, lejos está de serlo la visita a la Casa de Julieta, atestada a todas horas de turistas. Desde el increíble mirador de la Piazzale Castel San Pietro, con la ciudad a tus pies y el sol cayendo perezoso sobre el horizonte, vivirás algo único que recordarás por siempre.
Tomar el aperitivo con vistas al río Adigio
Luego ver el atardecer más espectacular, llega el momento de brebajes como el Aperol spritz. Se trata de un cóctel a base de este licor de color naranja fosforito, mezclado con vino blanco seco y soda. El aperitivo italiano –más famoso en la zona norte del país– incluye además, una selección de pequeños bocaditos, pizzas o sandwiches.

Nada más cruzar el Puente de Piedra, al bajar del mirador, nos encontramos con el lugar ideal para tomarlo, la Terrazza Bar Al Ponte. Un enclave perfecto para mezclarse con los locales y degustar de un aperitivo con vistas sobre el río Adigio.
Otro sitio ideal para mezclarse con los locales es la Pizzería da Salvatore. Aquí elaboran, desde 1961, la mejor pizza napoletana de la ciudad. Y es que, seamos sinceros, a Italia se va a comer bien. La pasta y la mortadela de Bolonia, la pizza, el gelato, la lasaña, el parmesano reggiano, el vinagre balsámico de Módena… Verona no podía ser la excepción.
Escaparse hasta Sirmione
A menos de una hora de Verona se encuentra la porción de agua dulce más grande de Italia, el preciosísimo Lago di Garda. Entre sus pintorescas localidades, salpicadas de palmeras, olivos y limoneros, destacan Malcesine, Riva del Garda, Torbole, Limone Sul Garda o Sirmione.
Esta última, asentada en una curiosa y angosta península en la parte más meridional del Garda, es la estrella del lago. Sirmione fascina a cualquiera con la icónica Jamaica Beach o las Grutas de Catulo, una villa romana donde vivió el poeta allá por el siglo I a.C. y de la cual se conservan estancias, termas y patios.

Aunque el castillo Rocca Scaligera –cuya construcción inició en el siglo XIII y finalizó en el XV– es la joya de la localidad. Hay que conquistar sus altas almenas para divisar todo el casco histórico de Sirmione, que se adivina más grande de lo imaginado. También fijar la vista, por ejemplo, en el campanario de la Abadía de San Salvatore.
Lo mejor de Sirmione es que está solo a 40 kilómetros de Verona. Si nos damos prisa estaremos de vuelta en la urbe más romántica de Italia para cenar. Y así, despedir con broche de oro a esta preciosa ciudad que es una oda al amor, a la gastronomía, a la cultura y al buen vivir.
Buen destino Ana! Gracias por las recomendaciones
Gracias a ti!! Realmente es un destino que vale mucho la pena; de mis favoritos en Europa.